Desencadenados y libres de favores

Últimamente me encuentro más a menudo de lo que desearía con la misma escena: me ofrezco para hacer un favor a alguna persona, voy más allá de lo acordado en mi entrega o voy a contribuir desde la más pura honestidad a la mejora de un semejante y me doy de bruces con una triste realidad: estamos bloqueados a recibir, nos cuesta aceptar ayuda desinteresada y abrimos un capítulo de deuda en nuestra psique cuando nos vulneramos al acto de recibir cualquier tipo de ayuda.

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Todo esto pone de relieve muchas de nuestras carencias y deformaciones como sociedad. Analizándolo no me cabe duda de que estas conductas son fruto de nuestra educación: mala, equivocada o escasa educación, de las distorsiones culturales de nuestro sistema y de las herencias judeo-cristianas del merecimiento, la culpa y otros fantasmas que seguimos alimentando desde el todopoderoso inconsciente.

Hoy me apetecía liberar y compartirte un capítulo de mi primer libro donde te animo a jugar con los complejos engranajes de los llamados “favores”. ¿Mi intención? Sencilla: que pongamos más consciencia tanto al acto de entregar como al acto de recibir en nuestro día a día. Y más aún cuando tenemos la capacidad de ayudar a personas que realmente necesitan esa mano tendida y no cuentan con los recursos para poder asumirla.

Te dejo a continuación con el capítulo 14 de “El domador de cerebros”:

«Lo esencial es invisible a los ojos —repitió el principito para acordarse—»

Antoine de Saint-Exupéry
“El principito

Vamos a poner las cartas sobre la mesa, ¡venga! Escribe una lista con los favores que has hecho a lo largo de esta última semana, el último mes, o incluso aquellos favores «prestados» a lo largo de este año, aquellos que consideras importantes. Solo tienes que pensar en las personas que te rodean para empezar a elaborar la lista: compañeros de trabajo, familia, vecinos, amigos…

¿Sabes por qué eres capaz de recordarlos? Porque has abierto en tu cabeza una libreta de deudas a todos ellos. Has «prestado» favores a la espera de recibir algo a cambio, o a la espera de que sean devueltos de algún modo. Fíjate que entrecomillo el término «prestado», porque no has «entregado» esos favores. Hay una deuda contraída de ellos hacia ti. Bueno, eso es lo que has creído y, en consecuencia, así lo sientes.

¿Has visto qué diferencia hay entre hacer un favor a un absoluto desconocido como ayudar a cruzar a una persona ciega, dar una limosna o levantar a un niño que se ha caído… y hacer un favor a alguien conocido? Pobre de quien sea conocido porque guardaremos entre nuestros pensamientos el favor «prestado» hasta que sea compensado. Con cada favor que realizamos nos colgamos un gran eslabón de cadena sobre nuestro tobillo. Y así, una y otra vez, los favores se van anclando uno sobre otro y todos ellos sobre nosotros, llevando las cuentas de lo que «nos deben».

Sucede así porque hay un primer eslabón sobre el que se sujetan todos los demás. El primer eslabón es nuestra creencia adquirida de que «los favores deben ser compensados por quien los recibe». Probablemente, ya desde pequeñitos, al asistir a los cumpleaños de los amigos y dar nuestro regalo esperábamos una compensación en el nuestro. Antiguamente, existía en los pueblos la costumbre de apuntar la aportación realizada por las familias cuando se casaban los hijos para ver si se compensaba lo aportado. Y así, culturalmente, hemos ido integrando esta creencia de la necesidad de compensación.

Realmente los favores se compensan, pero no del modo que hemos aprendido. Hay una ley universal de causa y efecto que actúa en todos los niveles: mental, físico, emocional y espiritual. Esta ley se manifiesta siempre, pero nuestra capacidad limitada y nuestro ritmo de vida nos impiden unir los puntos y comprobar que toda acción tiene su reacción.

La naturaleza, el universo, la vida, o cómo quieras llamarlo, se encarga de mantener en equilibrio absolutamente todo lo que te rodea. Y con los favores no es menos. No somos nosotros quienes determinamos este equilibrio, ni en qué dirección ha de producirse. Tampoco deberíamos dar a la espera de recibir, sino por el propio placer de ayudar a quien tenemos delante, dejando el equilibrio en manos de ese desconocido que teje los hilos de la vida.

2ª Edición de “El domador de cerebros”

Toma consciencia de cómo tu cerebro y tu mente alteran tu realidad.

2ª Edición de “El domador de cerebros”

Toma consciencia de cómo tu cerebro y tu mente alteran tu realidad.

Si quieres liberarte de estas cadenas de deudas, el primer paso será derribar la creencia. Te animo a que a partir de ahora regales los favores, no los prestes. Compórtate igual que haces con los desconocidos: sin esperar nada a cambio. Entrega y entrégate por el placer de ayudar, de sentirte útil, de ver cómo la otra persona se llena con tu aporte. Si no es así, mejor no lo hagas, recuerda que no debes nada a nadie, aunque ellos te hayan regalado favores con anterioridad.

No tienes deuda alguna en ninguna dirección, igual que tampoco la tienen ellos contigo.

La única deuda se crea en tu pensamiento, se ancla en tu corazón y te lastra en tu camino. Somos los únicos responsables de las expectativas y la intención con que sembramos los actos de nuestra vida. ¿Y si tu pensamiento no deambulara por el inhóspito e insondable futuro en busca de compensación? ¿Y si tus favores no fueran más allá de este eterno presente que es la vida?

¿Recuerdas la lista con la que empezábamos? ¡Quémala! Sí, métela en un recipiente y quémala. Y con ella tu creencia de que estas personas te deben algo. Ten por seguro que el universo tiene leyes que desconoces y que ninguna acción queda sin reacción. Libérate hoy de esas cadenas y libera también a aquellos a los que algún día les regalaste tu favor.

Ya me contarás qué sucede cuando te relacionas desde la honesta y liberada contribución.

Créeme que te vas a sorprender.

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_ La fotografía que ilustra esta entrada, en la que veo la vida tejiendo el equilibrio alrededor nuestra es de Christopher Campbell con licencia cc
_ La música de piano del audio es de Philip Daniel adquirida bajo licencia y copyright de Artlist.